viernes, enero 20, 2006

Aguafuertes Costeras


La necesidad tiene cara de hereje
(o cómo hacer un viaje relámpago a Buenos Aires en temporada y no morir en el intento)

Las situaciones en la vida suelen presentarse de manera inoportuna. El habitante costero, en estas épocas está abocado a su trabajo de temporada alta y hacerse un viaje relámpago a Buenos Aires suele tener sus inconvenientes.
En principio conseguir un boleto en cualquier empresa de transportes de pasajeros, es toda una odisea. Sin embargo (y ésta sí es una ventaja del lugareño), siempre hay algún amigo en las ventanillas que remueve cielo y tierra para lograrlo. Eso sí, no le pida a su benefactor que, además, el asiento venga con azafata y servicio de a bordo. Por lo general, en estos casos, la suerte está echada: el último de los lugares, junto al baño y/o a la cafetera.
Obviamente, en horario casi a contramano del que usted elegiría en condiciones normales y –con suerte-, la vuelta es una ruleta a favor.
Además, cuando ocurren estas necesidades de último momento, siempre la taba cae del lado que usted ya sabe (“culo”).Entonces la aventura es mayor a la del pobre Ulises: en el pasaje hay gran cantidad de familias con sus niños, que siempre son una bendición, pero que ahora transforman las cinco larguísimas horas que dura el viaje en una continua sucesión de incordios y -cuando uno baja-, piensa que el peor de sus enemigos la diseñó para molestarlo de una manera diferente.
Y no hay animosidad contra ellos, pero es que algunos por pequeños y otros por inquietos, hacen de la noche un concierto de llantos y propician un escenario de movimientos más acorde con la puesta en escena de un sainete de Vaccareza que un viaje en ómnibus.
Ni hablar de la cercanía del sanitario: Es llamativo cómo transitan las personas, ¡qué llamador de movimientos resulta ser!, sumados a que indefectiblemente cada pasajero a punto de entrar en él, con el vaivén que produce la marcha, se aferra de tu asiento, se te sienta encima o bien desparrama algún bolso mal ubicado en la gaveta superior, cayendo sobre la propia humanidad todo el contenido de alguno mal cerrado.
Además, a la media hora de haber entrado en la ruta, una suma de fétidos olores comienzan a circular por el ambiente, activando la instintiva actitud de girar la cabeza hacia el lado de la ventanilla para evitarlos y es aquí donde la contingencia se agrava: existe –casi con una certeza del 100%-, un compañero de asiento, obviamente desconocido, al que le importa un bledo si se parte el mundo. El hombre (o mujer) ronca desparramado en el asiento cual si fuera una cama King Size y con un aliento a foca recién alimentada que obliga a dirigir las fosas nasales hacia arriba para no percibir los aromas de un lado ni del otro, logrando de esta manera que -al bajar- ni todo un equipo de kinesiólogos le restauren las articulaciones. No haré referencia en la ocasión, a la posibilidad que algún niño se “desgracie” o que algún grande haya ingerido una comida de esas que producen marcadas flatulencias…
Podrá entender, estimado lector, que lo que en tiempos normales viajar a Buenos Aires es apenas un trámite, se traduce en estas condiciones en una tortura.
Queda también por describir, los peligros que implica la acción del adicto al degradante jugo y/o café que ponen las empresas de transporte en esas cafeteras colectivas. El jugo parece ácido muriático y el café una pócima mágica de la “bruja cachavacha”, con el debido perdón a las hechiceras por esta comparación. Pero aun así, el incondicional bebedor de esos fluidos se hace presente. No bien sube –y antes de arrancar el vehículo-, se acerca a servirse un vaso, para hacer lo propio en un instante alcanzándole otro similar a su pareja o niños. Mas una vez en camino, vuelve y vuelve y vuelve hasta que vacía el recipiente. En el ínterin, el hombre, hace peligrar la integridad de sus congéneres ya que, más de una vez, derrama el contenido de los vasitos sobre las cabelleras de los que permanecen en sus asientos, mancha alguna ropa o simplemente: ¡NO TE DEJA DORMIR!
Estimado coterráneo costero, tras que venimos luchando con inviernos magros, con veranos que no terminan de acomodarse, con funcionarios que se la llevaron y con los que están y no hacen. Con promesas que no se cumplen y con la que sí se cumplen siempre nos llegan tarde, deberíamos luchar por conseguir un seguro solidario, que nos proteja de estas vicisitudes. Total soñar no cuesta nada, eso sí ni lo intente en un viaje relámpago a Buenos Aires, en temporada.

Bloquelito