Cuando el escriba portaba orgulloso sus años de adolescencia, tenía la convicción que el maestro decía la verdad aunque le “jodía” y mucho, semejante afirmación –recordar que aquellos años 70, fueron proficuos en idealismos y en pretendida imaginación en busca del poder-, en la idea que la permanente indagación de conocimientos lo iba a llevar a superar ese eje hegemónico que le planteaba inequívocamente su mentor intelectual.
Luego vinieron los años de fuego, de sangre y desidia. De ignominias, torturas y desapariciones. De injusticias, desarraigos y miseria. Y al reseñar estos adjetivos, se caen como de un estante -cual pesado karma- sobre la humanidad del dicente, una catarata de sensaciones y realidades que abren una ventana que no por explorada, deja de tener espacios recónditos a los que necesariamente debe ingresarse a través del saber.
La juventud de entonces y la de ahora, siguen sufriendo el avasallante intento de la insana acción de la clase dominante por lograr la inculturación y la sumisión de los pueblos y lo sigue haciendo a través de la pervertida actitud de quitarle posibilidades de saber a la juventud. La diferencia con la de los años’70, es que aquella tenía esperanza de ser mejor y ganarle la batalla, aunque esta tenga muchísimos y superiores medios para que .una vez tomada la decisión., revertir esta problemática social de la ignorancia.
La escuela hoy posee un desafío alucinante. Tiene la inmejorable oportunidad de ser protagonista principal de la película del cambio que la Argentina intenta alcanzar en el escenario de las Naciones. Pero se debate en una psicoanalítica situación “gataflorista”, a partir de querer determinadas cosas para lograr ese dominio y a su vez no animarse a decirlas por su nombre.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se aborda a partir de ayer (4 de mayo de 2006) un Congreso Educativo Regional, con la presencia de varios p
